Wednesday, May 19, 2004

Cuento: Al otro lado del espejo...


Hacía casi una hora que los pájaros estaban cantando cuando, implacable, el reloj comenzó su tortura de cada mañana con su sonido penetrante cortando el pacífico ambiente de la naturaleza y atravesando ambos oídos con esa cadencia rítmica, irrespetuosa y porfiada. Había dado comienzo, en forma abrupta, un nuevo día.

Con su mano izquierda alcanzó al fastidioso enemigo de los sueños y lo detuvo, regresando a la atmósfera natural con el canto de las aves y el murmullo que el viento producía sobre árboles, pinos, arbustos y flores, dejando entremezclar a su mente sólo aquello que le traía alguna paz. Eran las siete...

A las ocho quitó las sábanas de su cuerpo y con la otra palpó su barba. Otra vez había crecido. Lamentaba tener que afeitarse cada mañana. Atrás quedaron los años de adolescente, cuando sólo debía hacerlo una vez a la semana. Ahora pertenecía al mundo de los adultos, la suavidad de antaño se había convertido con el tiempo en una áspera realidad cotidiana, monótona e inevitable.

Tomó la afeitadora eléctrica, que su esposa le había regalado el día anterior, y se dirigió al baño. ¡Ya 38 años! No podía creer lo rápido que pasaba el tiempo.

Al llegar frente al espejo, se miró a la cara y bajando la vista sobre la imagen del espejo, notó que en una de sus manos sostenía la antigua máquina de afeitar y en la otra, la brocha para la espuma. Sacó la vista del espejo y miró sus manos... era su nueva máquina eléctrica. Alzó sus ojos y observó que su imagen le devolvía la misma expresión de perplejidad y realizaba los mismos gestos que él. Algo no estaba bien... Debía tomar unas vacaciones. Esas computadoras en su oficina lo estaban destruyendo...

De pronto el ruido de la puerta de calle quebró el hilo de sus pensamientos.

- ¡Hola amor! - le gritó desde abajo su esposa, que extrañamente llegó más temprano que de costumbre de la guardia del hospital, - ¡hoy sí que fue una noche difícil! -

Se quedó helado, pues creyó haber oído que la voz salía del espejo en lugar de escucharla llegar por detrás de él.

- ¡Amor! ¡Amor! - repetía la voz de su esposa como buscándolo. Él no se atrevió a responder.

De pronto, vio a su esposa en el espejo que se acercó hasta su reflejo y lo besó en la mejilla. Él se quedó mirando a su imagen que le respondía con el mismo gesto de asombro. Un frío punzante le recorrió por la espalda al saber que no había sentido el beso de su esposa ni su mano apoyarse en su hombro, como sí sus ojos habían visto en el espejo.

Ella le dijo:

- Te caliento un café y me acuesto, ¿sí? Me duele todo el cuerpo... - y desapareció de la imagen.

Él entonces preguntó a su reflejo en un grito:

- ¡¿Qué está pasando?! ¡¿Qué es todo esto?! -

Su reflejo, que realizó la mímica a la perfección, lo miraba con el mismo rostro de incredulidad, miedo y rabia. Todo a la vez. Comenzó a hacer señas para ver si su imagen las repetía.

Durante unos minutos, el espejo se convirtió en el terreno de batalla de ambos personajes en una singular lucha por hallar el error del adversario. Cualquiera de los dos, que no repitiera exactamente el gesto del otro, sería el perdedor. Debía marcar una diferencia entre la realidad y lo que era meramente un reflejo. Debía despejar esa sensación de estar viviendo algo sobrenatural, algo que traspasaba los límites de la cordura.

De pronto, un gesto de su reflejo fue más rápido que él mismo, quien no logró alcanzar tal velocidad.

- ¡Ajá! - dijo la imagen con tono triunfante, y como alimentándose de cierta autoridad recibida por el error de su imagen real, se acercó al cristal del espejo y le susurró: - A partir de ahora serás esclavo de mis movimientos... - y desapareció por la puerta que se veía en el espejo del baño.

Él corrió al espejo que se encontraba en el comedor del piso inferior para comprobar si su locura era total o si sólo se manifestaba en el espejo del baño, pues creyó con acabada razón que su cerebro se encontraba repentina y seriamente dañado.

Al llegar al espejo de abajo, lo recibió su imagen con una risotada profunda, extraña, pero cada vez más llena del poder del cual antes había sido cautivo. Al finalizar su carcajada añadió:

- ¿Ves? No es que hayas venido para encontrarme en este espejo... ¡Yo te atraje hacia mí! ¡Y ahora vas a seguirme! Voy al espejo de tu trabajo... -, dijo riendo cada vez más seguro de su dominio para luego desaparecer por la puerta que se reflejaba en el espejo.

Nervioso, muy nervioso, se vistió como pudo, saludó a su esposa dudando que pudiera oírlo y salió corriendo sin mirar ningún espejo durante el viaje. Estaba aterrado...

Al llegar, entró a su oficina, cerró la puerta y se acercó lentamente al espejo de pared... ¡lo estaba esperando!. Jocoso y frenético le dijo:

- ¡Ahora sí! ¡Soy libre de vivir! ¡Libre de vivir! - y salió corriendo dejándolo sólo frente al espejo, ahora ya sin imagen.

Con mucha pesadez, con dificultad para mantener el equilibrio y jadeando, dio unos pasos, rodeó su escritorio y se dejó caer en su sillón preferido. Era uno de esos sillones del tipo ejecutivo con muchas ruedas y muy mullido. Allí lloró. No sabía por qué. Lloró como si fuera su última oportunidad para poder hacerlo. Recordó por un instante que en su infancia sólo una vez había sentido tal emoción ante la cual lloró de este modo, aunque no pudo recordar bien qué había motivado ese llanto.

Luego de unos instantes, sintió un impulso que lo llamaba a ponerse en marcha. Debía hacer frente a la situación. Esto no era un sueño y debía quedar aclarado. Se acercó al espejo, y allí estaba su reflejo, con los ojos húmedos también y esta vez con su misma expresión. Sintió pena... Y algo cambió su pensamiento... Pudo recordar... ¡el cambio!

Con su rostro bañado en lágrimas le pidió perdón, le rogó que le permitiera seguir siendo la imagen que siempre había sido y, sobre todo, que no contara a nadie esta experiencia única y personal.
Prometió cumplir su papel indefinidamente sin intentar adueñarse de lo que no le correspondía. Ambos acordaron guardar el secreto.

Del otro lado del espejo, las cosas volvieron finalmente a la recuperada normalidad.

De este lado, resignado, el reflejo se limitaría a actuar la realidad.

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