Wednesday, May 19, 2004

Cuento bíblico: La Hija de Jairo


-¡Debe haber tomado frío!- le dijo Jairo a su esposa, luego de escuchar las muchas veces en que la niña despertó a la familia por la noche por sus ataques de tos.
- Mandaré al médico para que la vea... - comentó antes de cerrar la puerta e ir hacia la sinagoga donde lo esperaba un número reducido de gente para escuchar la lectura de las Escrituras.
Poco era lo que podía hacer para mejorar la situación religiosa. La mayoría prefería oír las enseñanzas de Jesús que, según decían, hacía milagros y señales. El sólo pensar en estas cosas le producía un gran temor. Si Jesús no era el Mesías esperado, estaba engañando a su gente llevándola a creer en sus fábulas, pero por otro lado, le intrigaba la personalidad de Jesús; un hombre que, por lo que escuchó, conocía muy bien la palabra de Dios ¡y hacía señales!
¡Cuánto tiempo había esperado Israel para volver a ver a alguno que, diciéndose profeta, llamara la atención de la gente y golpeara sus conciencias por medio del verdadero poder de Dios! Los profetas anteriores fueron en muchos casos despreciados. Sus grandes prodigios y milagros eran sólo hermosas historias del pasado, pero ¡nada más que eso!
Una mano sobre su hombro lo sacó de pronto de sus cavilaciones. -¡Era hora! ¿Qué te retrasó?- Él seguía sin poder ordenar sus ideas... -¿Qué pasa?, ¿Estás bien? ¡Mirá que hoy te toca disertar sobre los Salmos!-.
- Sí, sí... ya sé- alcanzó a responder, todavía turbado por los pensamientos que llovían a su mente.
Al mismo tiempo se acercó a él un tercero que mientras corría a su encuentro le iba diciendo en fuerte voz:
- ¡Jairo!, ¡Jairo!, ¡Tu hija no se siente muy bien, parece que está empeorando, me pidieron que te avise que vuelvas urgente a tu casa!-
Jairo miró al sacerdote como pidiendo permiso para volver a su hogar. Éste, conociendo a Jairo, quien nunca había faltado a sus responsabilidades, asintió, haciéndose cargo de sus tareas.
Jairo parecía atravesar un extraño éxtasis. En su alrededor todo era extraño. Parecía que todos le estaban dando un pésame en forma anticipada por alguna fatalidad. Él mismo creía que se avecinaba lo peor. Pero justamente, para averiguar el por qué de esta extraña paz que experimentaba en medio de la turbulencia que se formaba en derredor, es que seguía adelante. Algo le decía que estaba por presenciar un acontecimiento que le marcaría un nuevo rumbo a su vida, algo así como un milagro... muy pronto.
Todo esto lo aturdía, puesto que a diario discutían en las altas jerarquías religiosas las remotas posibilidades de que los milagros fueran para su actualidad. Los profetas eran historia y Dios era representado en la tierra por una serie de ritos y tradiciones de muchos años. Dios, (según ellos), se había «terminado de acomodar» a una forma determinada, y no había razón para molestarlo con nuevas ideas. A pesar de sus planteos razonablemente lógicos, no encontraba respuesta a su complejo cuestionamiento interior. Mucho menos a esa tranquilidad en medio de tantos aspectos negativos que, evidentemente, se habían propuesto sacudir su día apenas comenzaba.
Llegó a su casa justo cuando el médico se estaba retirando.
- ¿Qué es lo que tiene? – preguntó Jairo ingenuo.
La gravedad del gesto de su conocido amigo y médico del pueblo fue como un golpe directo a su corazón, pero lo que lo petrificó fueron las palabras que le alcanzó a decir en una murmuración de bajo tono, casi imperceptible:
- Está fuera de mi alcance, sólo un milagro la puede sostener con vida... Es cuestión de horas -.
Jairo olvidó estrecharle la mano, salió corriendo hacia su casa y encontró a su esposa y a varios vecinos y criados que la acompañaban. La tos de su hija no mejoraba, su color era blanco y su piel comenzaba a tomar una apariencia cadavérica. Era claro que hablar de horas era algo exagerado, era más bien una cuestión de minutos.
Mientras veía a su hija perder todo signo de vigor, resonó un nombre en su mente. Trató de no prestarle atención, pero era imposible, comenzó a retumbar en cada milímetro de su cabeza y cada vez aumentaba de intensidad: “Jesús, Jesús, ¡Jesús!”.
Mientras pedía a Dios que perdone su arrojo y lo ayudara en su ignorancia de las cosas espirituales, que creía estar seguro de saber, sus pies comenzaron a correr en dirección al mar.
Al acercarse alcanzó a ver a Jesús que regresaba del otro lado del mar en una barca. De inmediato lo rodeó una multitud y él se acercó hasta tenerlo frente a frente. Sus rodillas se debilitaron, su apariencia de hombre docto quedó atrás. De pronto era un hombre, tan sólo eso, un hombre tan, o más, necesitado de Jesús como cualquier otro. A sus pies, le rogaba que fuera a su casa para que sus manos tocaran a su hija agonizante y así viviera.
Jesús lo miró y accedió a ir con él.
Era tanta la gente que los aplastaban a ambos.
-¡Por acá, Jesús! Éste es el camino más corto, así legaremos a tiempo.-
De pronto Jesús se detiene...
Jairo lo observa inquieto.
Jesús gira mirando a su alrededor, como buscando a una persona, y dice algo. Jairo no alcanza a escuchar de qué se trata. Sus discípulos le responden algo. Parece ser algo importante. Luego ve a una mujer llorando y temblando a sus pies, hablando con Jesús.
En ese mismo instante, uno de la casa de Jairo se le acerca y le dice: - Es inútil, ya murió, ¿para qué insistir que Jesús vaya?-.
Jairo levantando toneladas de plomo con sus ojos, producto de la desesperanza, buscó los ojos de Jesús, quien a su vez le clavó la mirada, después de haber escuchado las tajantes palabras de aquel mensajero.
En ese momento, parecía más que nunca una locura, pero esa mirada de Jesús despertaba confianza en Jairo. Locura y confianza que crecieron un poco más al escuchar de los labios de aquel “profeta moderno”: - No temas. Cree solamente.-
Jesús, junto con Jairo, Pedro, Jacobo y Juan, comenzó a caminar hacia la casa de Jairo, sin permitir a la multitud que le siguiese.
Al llegar a la casa, el cuadro era humanamente desgarrador.
Llantos, gemidos y mucha confusión. Jesús dijo: -¿Por qué lloran y arman tanto alboroto, si la niña sólo duerme?-.
Entonces muchos se burlaban de él. Jairo, sólo miraba a su hija recostada, sin color, sin movimiento alguno, ¡sin vida! Él sólo quería verla bien. Ya no sabía si ponerse del lado de Jesús o del lado de los que se burlaban de él. Quizá todo esto no fue sino una gran burla de todos para con su confianza. Por primera vez en su vida creyó haber hecho el ridículo. Estos pensamientos comenzaron a inundar su mente como esa misma mañana en el templo, con la diferencia que ésta vez, en lugar de paz, parecía inundarle un sentimiento de frustración, temor y desolación.
Unos gritos que oyó de labios de Jesús alcanzaron para sacarlo de sus pensamientos y traerlo a la realidad, y también sirvieron para echar fuera a todos los que perturbaban con su alboroto aquel momento.
Jesús tomó la mano de Jairo y de su esposa, y junto con sus discípulos entraron en la habitación de l a niña.
Se acercó al cuerpo y tomó la mano de la pequeña.
Jairo no podía comprender la mirada con la que Jesús miraba a su hija. Él siendo el padre no podría haber tenido tal profundidad y seguridad al ver ese cuerpo inerte. Rompiendo el silencio, Jesús dijo: - Niña, a ti te digo, ¡levántate! -.
Jairo no podía contener su asombro y estupor mientras veía cómo su hija se “llenaba” de color. Parecía un vaso de algún tipo recibiendo un líquido rosado. Sus mejillas enrojecieron y de pronto sus ojos comenzaron a parpadear. Jairo y su esposa se abrazaron atemorizados. Se encontraban ante un hombre, con un poder mayor al de la muerte.
Jesús los calmó, y les dijo que le dieran de comer.
A partir de ese día, una familia religiosa dejó de perseguir las tradiciones humanas y comenzó a creer en las cosas que Dios podía hacer en el pasado, en el presente y en el futuro. Ya no creerían en los límites de Dios, sino en el Dios sin límites.

No comments: